Decía Maquiavelo que cuando el poder se recibe por herencia —en su acepción de
no derivado de conquista o alcanzado por la fuerza— es fácil mantenerlo, y que
para ello basta con no descuidar el orden establecido y contemporizar con los
acontecimientos que sucedan. Afirmaciones escritas para un momento político
(la Toscana renacentista del XVI) pero que tienen plena vigencia en la
actualidad siempre que se sepan interpretar los términos en su sentido
político actual. Es decir, cualquier estudiante de primer curso de Políticas
conoce con claridad que es lo primero que no debe hacer aquel o aquellos que
acceden o vuelven de nuevo al poder: en lo fundamental no «arramblar» con todo
lo anterior, y después saber contemporizar con el día a día actual. Vamos,
justo lo que ha hecho nuestra flamante corporación municipal, que salvo
cabrear a media población con medidas como las de cambiar el nombre a
determinadas calles y poner en duda su capacidad y verdadero interés por
cumplir su programa electoral, poco más ha demostrado hasta el momento actual.
Y ante realidades políticas de semejante cariz, quizá sería bueno volver a
hacer alguna reflexión sobre la trayectoria político-social que nos ha
conducido hasta este lugar.
De lo que no cabe duda es de que los resultados electorales de las últimas
autonómicas y municipales dejaron absolutamente ilusionados a un conjunto nada
desdeñable de ciudadanos que, si algo tenían en común, no era otra cosa que su
hastío por una democracia y un sistema político que hacía aguas en toda su
magnitud. De pronto pareció que lo imposible —desplazar de su omnímodo y
perenne ejercicio del poder a los dos partidos mayoritarios— se había hecho
posible. Y todo gracias a la acción y organización de unos partidos emergentes
que, aunados con otras corrientes ciudadanas, habían inaugurado una nueva
etapa política donde la negociación, el acuerdo y el consenso iban a ser la
norma general. Pero lo cierto y verdad es que, a la luz de la situación, no
parece sino que «otro gallo comienza a cantar en el corral».
Si Ciudadanos constituyó el Podemos de derechas emanado desde la
órbita del IBEX 35, Podemos fue la canalización política natural del
complejo movimiento ciudadano 15 M, un movimiento que en principio aglutinó a
un buen número de españoles agobiados por la crisis y desesperados por la
incapacidad de los partidos tradicionales en poderla resolver.
Y recibieron centenares de miles de votos entusiastas en las europeas, y
posteriormente en autonómicas y municipales, aquí, fuera cual fuera —Ganemos,
Ahora, En Común, mareas— la fórmula con que se presentaban. Y ello porque la
realidad suele ser terca en su quehacer y ha dejado claro que el único
denominador común que aglutinaba al 15 M no era otro que el hartazgo de los
ciudadanos hacia esa partitocracia perenne en el poder, y a las grandes cuotas
de corrupción, institucionales y personales, que conllevan con él. Y para
luchar contra ello sólo cabía una solución ¡Participar en la política!
Y fueron miles los ciudadanos que participaron: agrupados en mareas,
plataformas, agrupaciones electorales o partidos emergentes, pero con la clara
intención de romper un marco político anquilosado y enfermo de solemnidad.
Los resultados fueron los que fueron, y si no todo lo que se esperaba, se han
mostrado suficientes para que en muchos marcos autonómicos y sobre todo
municipales se tuviera que aplicar lo que se preconizaba: la política del
pacto, del acuerdo y del ya se acabó el que manden los de la vieja política
tradicional.
Pero he aquí que estos pactos han acabado entregando parcelas de poder a los
«cabreados» y éstos ahora se encuentran ante el hecho de la política real, de
lo mucho que hay que resolver, de lo poco que hay para hacerlo y sobre todo de
lo mullidas que resultan las tapicerías y alfombras institucionales, por no
hablar de los sueldos y coches oficiales. Y claro, surgen las disculpas y los
discursos del posibilismo y la moderación: «¡Ya que no podemos, lo mejor es
organizar todo tipo de artilugios —consejos, mesas, comités— que garanticen la
mayor participación!». Y así se marea la perdiz, porque como decía Lampedusa
«Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie».
Esto es, «A río revuelto ganancia de pescadores»; y los pescadores avezados
siempre serán esos partidos institucionalizados que aprendieron muy bien cómo
se manejan los hilos para seguir manteniéndose en el poder.
Así que dejémonos ya de ambigüedades y de intentar justificar lo
injustificable ante los electores a través de mesas, consejos, comisiones y
otros entes que se quieran inventar como «modelos de participación» —la
sociedad civil ya tiene sus propios cauces de expresión—, pongámonos a hacer
lo que hay que hacer, y ustedes, los políticos, oblíguense a descender
periódicamente hasta los ciudadanos para explicar lo que hacen, por qué lo
hacen, y lo que hasta el momento no han podido hacer. Que para eso sobran
mesas y consejos. Bastan periódicas comparecencias y debates cara a cara en
centros sociales e informativos, y la capacidad que se les supone de saber
aceptar las críticas (vengan de donde vengan), para analizarlas, ver si en
ellas hay algo de razón y corregir o modificar si fuera menester. Lo demás…
Ceguera y soberbia disfrazada de populismo y poder. A ver si al final, después
de tanta participación, no nos va a quedar otra que aquello de decir ¡Anda y
que les den!
Mariano Velasco Lizcano
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Escritor.
Presidente de ADEPHI Y AEDA 23
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